sábado, 12 de noviembre de 2016

Doctor Strange (película).

Doctor Strange
La noche de ayer, mi bella novia me invitó a ver Dr. Strange (o Doctor Extraño, como dice ella... suena chusco en español), personaje perteneciente al universo cinematográfico de Marvel. Ambos somos fans del cine de superhéroes (moderados; no unos puristas recalcitrantes) y aunque el personaje no llamaba particularmente nuestra atención, estábamos obligados a ver esta película porque debíamos aunarla a nuestro archivo mental sobre el cine Marvel y porque no había nada mejor en la cartelera.

Stephen Strange es un muy hábil neuro-cirujano con memoria fotográfica (incluso para los datos más insignificantes, particularmente en relación con la música), gran intelecto y capacidad de resolución (es capaz de hallar y aplicar soluciones que los demás ni siquiera se figuran) y un pulso ultra fino para las operaciones más complejas. Todo cambia cuando sufre un accidente de auto que le arruina sus prodigiosas manos. Después de siete cirugías que han fallado en devolverle su destreza, Stephen se entera de un caso médico considerado incurable, que milagrosamente sanó.

Es ahí que se lanza a la búsqueda de dicha cura, que de ser algo que consideraría una cuestión práctica (y en principio parece tener relación con la neuro-génesis), deriva en toda una odisea interior. Stephen es iniciado en la exploración de dimensiones paralelas y habilidades ocultas. Así, la película plantea que la ciencia tiene sus límites, y es en esos límites donde entran los poderes psíquicos y espirituales (que la ciencia trata con desprecio o escepticismo) a expandir los conocimientos del cirujano.

La película desborda en conceptos típicos de la «New Age», como romper con las fronteras mentales que nos impiden ver una realidad más amplia, la relatividad del tiempo, la domesticación de los «demonios», la superación del ego, etc. Conceptos que tienen raíz en el misticismo, lo que emparejaría al personaje con Buda o Jesucristo y su iniciación con enseñanzas que no podrían ser comprendidas por cualquiera al demandar un «nivel de Ser» superior. En este sentido, el personaje cumple cabalmente con el clásico sendero esotérico que ya prostituyó Matrix: la vida en el sueño mundano, el choque consciente, la búsqueda y finalmente el despertar. El reloj roto es bastante simbólico. Puede interpretarse como ese estado de fractura interior o la aceptación de aquellas cosas que no se pueden reparar y con las cuales hay que aprender a vivir para así avanzar.

Debo decir que a pesar de mi trance de pensamiento crítico actual, la película me gustó. La filosofía «New Age» proporciona material fantástico para un guión de cine sobre viajes astrales e inter-dimensionales. Además, no decae en ningún momento a pesar de su duración y es entretenida. Está de más decir que los efectos visuales son impresionantes: fractales, imágenes caleidoscópicas y distorsiones de la realidad que evocan primeramente a Inception y después a Dark City. El único punto en contra sería que las constantes bromas de Doc Strange no siempre pegan y a veces están hasta fuera de tono (¿cómo tiene el ánimo para hacer chistes si se supone que su estado emocional es, por lo menos al inicio, de amargura y frustración? Pareciera sufrir disociaciones esporádicas). Puede ser que el doblaje al español neutralizara un poco el efecto de las «punch lines» o que el actor Benedict Cumberbatch es tan serio que uno tarda en darse cuenta cuando ha roto con las formalidades para ser gracioso.

Finalmente, el filme me pareció interesante. Lo coloco junto con Ant-Man en una categoría aparte porque, a diferencia del resto de personajes marvelianos que defienden la Tierra con recursos tecnológicos, super-sueros o rayos gama, o se desplazan por planetas y galaxias distantes, estos pueden salir del universo conocido y manipularlo hasta cierto punto. Mientras Ant-Man lo hace a través de la ciencia, Strange utiliza facultades psíquicas.

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